Empezaré diciendo que “curiosamente”, el Camino de Santiago era algo que nunca me había llamado la atención. Sí, había leído y oído hablar de este muchísimas veces. En especial por los viajeros, quienes, en distintas plataformas sociales se la pasaban narrando, sus numerosas y grandiosas experiencias peregrinas.
Hasta que un día, a inicios del 2020, conversando con un buen amigo mío (amante de los viajes, también), me compartió emocionado lo mucho que había significado para el hacer el Camino de Santiago y de todas las buenas cosas que esta experiencia había aportado a su vida.
Fue recién en ese momento, que se despertó en mí la curiosidad por probar aquel tan “divertido y mágico camino” del que todos hablaban. Así que muy pronto (y casi sin darme cuenta), empecé a planear mi próxima posible aventura por los encantadores campos de Galicia.
Planeando el camino, mis motivos
Como todos sabemos, el 2020 fue un año para no olvidar. Un año triste, preocupante y muy duro para todos nosotros. Ya que nos tocó saborear una terrible pandemia que llegó a nuestras vidas trayendonos distintos problemas.
Luego entraríamos al 2021, aún con la pandemia a cuestas y circulando entre nosotros. No obstante, la esperanza de poder volver a disfrutar de “una vida normal” llegaría pronto con las ansiadas vacunas antivirus.
Todos estábamos expectantes, esperando a ser vacunados. En especial los viajeros, quienes vivíamos soñando con el día de poder volver a levantar vuelo.
Yo, por mi parte, iba fantaseando con la idea de poder hacer por lo menos un viaje ese año. Y sin duda alguna sería hacia el Camino de Santiago, pero aún no estaba segura si se me iba a realizar ese sueño.
Lamentablemente, tristes sucesos llegaron a mi vida en los primeros meses del 2021. Entre ellos, el fallecimiento de mi amado padre y el de una de mis mejores amigas. Fue a partir de estos acontecimientos tan duros para mí, que finalmente a inicios de mayo, decidí que necesitaba urgentemente “un cambio de aires”, Viajar en solitario, en modo espiritual, para ver si así podía reponerme un poco de mis grandes penas.
Así que sin pensarlo más, y ya vacunada contra el virus, empece a organizar rápidamente mi viaje a España.
La preparación de mi viaje
Mi viaje fue planeado para la última semana de julio del 2021. Escogí esa fecha, porque simplemente era la que mejor se acomodaba a mí y a mis actividades.
Para aquellos días yo ya había recibido las dos vacunas que por ley me facilitaban mi entrada a España. Y aunque tenía que cumplir con algunos requerimientos extras en ambos países, en general el viaje se daría sin ningún problema.
Por otro lado, y en mi caso, al ser madre de un niño pequeño (para ese entonces menor de 3 años), mi camino no podía sobrepasar la semana. Pues a pesar de que mi hijo iba a quedar en buenas manos, como entenderán, yo no podía ausentarse por mucho tiempo. Así que buscando el camino que mejor se adecuaba a mis intereses, elegí el Camino Francés. En sus últimas cinco etapas, es decir, desde Sarria hasta Santiago de Compostela.
Los meses anteriores a mi viaje me la pasé, informándome en todo lo posible sobre el Camino Francés, en especial en su último tramo, el cual yo haría. Asimismo, me anoté al gimnasio y salí a dar numerosas caminatas por los pueblos y campos cercanos a mi casa, pues quería estar preparada físicamente, para no morir en el intento.
Los Albergues en el Camino
Los albergues en el camino pueden ser públicos, parroquiales y privados. Los dos primeros son los más comunes. Puesto que son, en su mayoría, gratuitos o funcionan con donaciones voluntarias y/o pagos simbólicos. Por lo tanto son los albergues que más demanda tienen entre los peregrinos. Se llenan pronto, conforme a orden de llegada y no aceptan reservas. Además, solo se permite pasar una noche por peregrino. Debido a estas características, estos hospedajes suelen ser muy básicos en sus instalaciones y servicios. Sin olvidar “el pequeño gran detalle” de que hay que pernoctar en literas o colchonetas en habitaciones y/o espacios compartidos con otros peregrinos. Algo que es muy común en el camino.
Para mi primer Camino de Santiago, yo elegí albergues privados y con habitaciones privadas. Puesto que también existen los privados con habitaciones compartidas. Eran varias las razones para decantarme por un hospedaje con esas características. Entre ellas, la pandemia, que aún se hallaba vigente; y por otro lado, el descanso apropiado que yo iba a necesitar después de las largas caminatas, ya que para mí el descanso era primordial. Así que si podía permitirme el hecho de dormir sola, sin tener que compartir habitación con otros peregrinos, esa iba a ser mi elección.
Sin embargo, tengo que decir que en muchos de mis viajes en solitario, he compartido habitaciones con otros viajeros sin ningún problema. Sobre todo cuando era mucho más joven. Ya me entienden. Es algo que no me asusta, ni disgusta para nada, pero en esta ocasión, mis razones para ir por lo privado, eran bastante fundamentadas.
La magia del camino
El Camino de Santiago se puede definir como mágico e inolvidable. Principalmente por las numerosas experiencias que ahí se viven a un corto plazo. De manera intensa y efímera. Y con solo una mochila a tus espaldas.
Las emociones que allí se experimentan son únicas. En especial, por la gente que puedes conocer durante el camino. No hay que olvidar que el Camino de Santiago es recorrido por peregrinos venidos de todas partes del mundo. Esto le añade un encanto especial a la ruta. Pues las relaciones interpersonales trascienden toda barrera geográfica y cultural.
El compañerismo, el intercambio de experiencias y las amistades que puedan prevalecer en el tiempo son a mi parecer lo más enriquecedor y rescatable de este periplo.
Asimismo, al estar recorriendo a pie, y durante varios días, una gran cantidad de kilómetros, hay mucho tiempo para pensar y reflexionar sobre la vida y otros temas existenciales. Es decir, encontrarse con uno mismo.
Durante este tiempo tan especial, sumergido en tus pensamientos, te das cuenta de que la vida además de ser corta, es más simple de lo que creemos.
Y el solo hecho de salir repentinamente, de tu rutina diaria y zona de confort, para adentrarte en el encanto de la naturaleza y la vida rural, es algo que no tiene precio.
Texto y fotografía: Libia CV